miércoles, 4 de noviembre de 2009

No te vayas sin decir chau...


HAY QUE TENER VALOR PARA DECIR ADIÓS.
Las separaciones son un asco, o por lo menos se sienten como si lo fueran. Creo que todos, con pocas excepciones, hemos pasado alguna vez por una ruptura y al que me diga lo bien que la pasó, no le creo. Así sea uno el que decide terminar una relación o al revés, siempre habrá un momento difícil, incómodo, doloroso, interminable, aterrador -para muchos- en que le tienes que informar a otra persona que ya no quieres estar más con ella. Pero, y este es un gran “pero”, hay muchos cobardes sueltos por ahí, que prefieren agarrar una garrocha y al mejor estilo de las olimpiadas, saltarse el mal rato.
A mí me pasó hace muy poco (la semana pasada para ser exactos como perfecto cuento de terror sin mencionar que era halloween) y me hizo pensar que ya me había ocurrido antes.
Si viajo hacia el pasado, recuerdo algunos sujetos que en vez de despedirse se retiraron por la puerta falsa, a escondidas, como si fueran ladrones; casi, casi, como criminales. Vamos de atrás para adelante.
El primero me dijo el popular “ya vengo”. El peor, dejó la puerta abierta, tomó un avión imaginario sabe dios a donde y jamás regresó, por lo menos no a mi vida. Poco después me enteré de su relación con otra persona que tuvo el descaro de tratar de ocultar. Por más que lo intentó, no pudo. Y funcionó eso de “seré tonto, pero no cojudo” y lo arrinconé en la puerta de su casa como un gángster. Sí, antes mi orgullo y mi amor propio funcionaban de otra manera, mejor dicho, no funcionaban. Se intentó hacer el loco, pero le dije que me debía una explicación. Sentados en un café (no sé por qué algunas personas piensan que en un lugar público están libres de pasar por un “escándalo”), no hubo un tal escándalo. Con dos lágrimas, una en cada ojo, le dije que era una pena que aún en ese punto de la situación (porque ya no era una relación), me siguiese mintiendo y no me dijera a la cara que ya no me amaba, que así de simple era la cosa, que me haría un favor para ayudarme a olvidarlo. Pero no. Aún habitaba el país de los cobardes y caraduras. Así que mientras me terminaba la cerveza que tomaba pensé: ¿por qué no me siento tan mal?, ¿por qué mis ganas de asesinarlo se habían desvanecido? Y claro, la respuesta es simple. Las decepciones tras decepciones aniquilan el amor como el Raid a las cucarachas. Así que me paré, no le di ni medio beso y le dije: yo sí tengo algo que decirte y es bien cortito, ya no te quiero, chau.
Tengo que decir que aún sin quererlo, por lo menos no de la forma como creía que lo amaba, no fue fácil dejar atrás esa relación y seguir para delante, pero lo hice. Tenía a otra persona a quien amar y la había dejado a un lado.
Tengo dos malas noticias para los novios fugitivos. Una, por más que una relación de amor se haya convertido en una de terror, no deja de ser un 100% partido exactamente por la mitad para ambas partes (así uno de los dos haya cargado con más o menos porcentaje de su responsabilidad) y ese compromiso intangible vale hasta el final. Hasta la despedida. Y dos, no tengo idea de por qué algunos le tienen tanto miedo de enfrentarse a una despedida. Nadie va a sacar un machete y les va a cortar la cabeza. Estoy seguro de que muy al contrario de lo que la mucha gente piensa, no es solo miedo a la reacción que el otro puede tener o a herir sus sentimientos, sino a hacerse daño a sí mismos. Y eso es, además de cobarde, bajo y egoísta.
Aunque suene irónico, cuando a mí me tocó estar del otro lado y terminar dos relaciones, me encontré en ese mismo momento lleno de dolor, desconcierto y lágrimas. Porque es simple. Duele separarse de quien has querido, de la persona con la que compartiste tanto, de ese futuro que ya no hay quien salve. Pero lo hice, ante los ojos de borrego degollado de ambas personas. No hice un mágico acto de desaparición ni dejé que me rogaran un solo día pidiéndome una explicación. No es fácil decir “ya no te amo” o “ya no quiero seguir con esto”, quizás no de la misma forma que oírlo, pero así sea un trago recontra amargo, respiré hondo, bajé la cabeza, tragué saliva y lo dije. Por respeto, por cariño. Sí me importó que luego me odiaran por un tiempo, que hablaran basura de mí o que les estuviera rompiendo el corazón. Pero me importó más poner las cartas sobre la mesa. Ser honesto. ¿Quién quiere a su lado un amor de mentira? De más está decir que ahora ambos están felices con alguien mejor a su lado, y que ese episodio de la vida que compartimos no les importe un pimiento partido por la mitad. Mi conciencia estuvo y está tranquila, así no haya sido la novio que ambos esperaban, así haya roto buena parte de sus sueños de ese momento.
Si dos personas tuvieron el entusiasmo, tiempo y esfuerzo para estar juntos el tiempo que haya sido, ¿no basta solo eso para tener una despedida decente?, ¿qué se hace cuando alguien con quien tuviste algo de pronto desaparece sin decirte un mísero chau?, ¿se llama a los cazafantasmas?, no creo. A nadie le gusta que fantasmas del pasado ronden sus vidas llenas de palabras no dichas, de eso que se te queda atracado en la garganta, de algún reproche, de un “perdóname”, de un “esto es lo que no puedo perdonarte”, de un beso, un abrazo, en fin, una despedida. Para eso existe una cosa llamada valor. Y hay que tenerlo para poder decir adiós.
PS. Esto no lo escribí para ti, pero sí que me hiciste pensar, ¿Por qué desapareciste?
La mejor forma de poder despedirse de alguien.


Goodbye My Lover - James Blunt
Creo que no hay forma más clara de explicar en imágenes y música como me siento hoy.(desde el domingo)

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