domingo, 28 de febrero de 2010

...

- ¡Hey! –me llamaste a lo lejos.

No te respondí. Estaba concentrado en no tropezarme con un árbol en la oscuridad. La luz de la linterna apenas alumbraba mis zapatos blancos, llenos de barro.

- ¡Pareces una luciérnaga!
- ¿Qué? –no te oía. Los bichos resultaron ser más ruidosos en la noche.

Cuando llegué hasta ti, te apunté con la luz en la cara. Sonreíste. Yo solté la linterna para abrazarte; para dejar que me abraces.

- ¿Decías que soy una libélula?
- No. Parecías una luciérnaga. ¿Libélula te gusta más?

Asentí con el rostro. Tú apretaste más mi cuerpo encima del impermeable azul marino que tome sin pedir prestado de mi papà.

- te ves tan inocente,asustado.
- No. Soy una libélula.
- Eres mío.
- ¿Eso crees?
- Si
- Entonces, soy una luciérnaga.

Caminamos hasta la cabaña abrazados. La linterna encendida quedó atrás, alumbrando sin querer ese instante de felicidad que quedaba tras nosotros, dispuesto a ser cambiado por otro en pocos minutos.

Hoy cayó una ligera lluvia sobre Ayacucho . Salí a la calle cuando se hizo de noche. Necesitaba respirar. Sin querer recordé ese momento, pero ya no estabas tú y yo ya no era ni una luciérnaga ni una libélula; era sólo un chico con de saco gris dándole un vistazo casual e impertinente al pasado, que ya no es nuestro.

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